La primera vez que entré a un circuito fue en el Jarama, hace ya tres veranos. Hasta entonces, todos mis conocimientos sobre correr en circuito venían de simuladores de conducción, más unas nociones de conducción deportiva que había puesto en práctica para la prueba de algunos coches que han pasado por mis manos.
Lo más normal es que, cuando uno entra a circuito piense “Si ya sé conducir… esto es lo mismo pero más rápido”. Y un cuerno. Los circuitos son como los amplificadores, pero en vez de subir el volumen de la música, amplifican las sensaciones hasta niveles antes nunca vistos.
Mi primera vuelta fue de copiloto, con un experto piloto de categoría GT, que me dio un “paseo” con un Ferrari F430 Challenge. En las primeras curvas pensaba que iba a morir, pocas veces lo había tenido tan claro. Pensaba en las posibilidades de un coche de calle, y no habrían podido superar semejante trance.
En ese momento, como iba en una máquina de competición y con un experto, me dije a mí mismo: “Javier, no tienes ni puñetera idea. Tratando de seguir a este tío ya te habrías estampado”. Y sigo pensando lo mismo. Fue una gran cura de humildad, y creo que todo conductor que se precie debería recibirla.
En un circuito se va deprisa, sí, pero no es como “ir deprisa” a secas, donde más se nota la velocidad es en las curvas, no en las rectas. Es más, en ese mismo circuito no se pueden alcanzar velocidades escandalosas con coches normales, y en muy pocos casos podremos llegar a la punta, cosa que en una autopista “sería posible”.
Decididamente, la fuerza centrífuga, las fuerzas G transversales o como queramos llamarlo nos pueden poner las gónadas por corbata. También el ver que nos hemos pasado y vamos demasiado deprisa a un punto donde deberíamos haber frenado antes. Lo más normal es que solo se quede en un susto, sin consecuencias.
Bueno, he visto consecuencias, salidas de pista a grava o escapatoria, y en mis carnes he vivido dos salidas de pista. Una de ellas fue en una curva a más de 200 km/h, pero había escapatoria de sobra y no pasó nada, salvo calado de coche, mi vergüenza en niveles prohibitivos y el casco hundido en mi cara.
En otra ocasión, entré más rápido de la cuenta en una curva del Jarama, perdiendo el control del coche, entrando en la curva de frente y saliendo de culo… y tampoco pasó nada. En la carretera habría pagado con la vida un fallo de ese calibre, y aunque pasé miedo, en una carretera de verdad habría manchado los pantalones.
A ver, un circuito no es como un bono de inmortalidad, pero desde luego las probabilidades de salir gravemente herido o muerto son muy pequeñas, basta con tener un mínimo de dos dedos de frente, y sobre todo, ser consciente de las limitaciones del coche y las de uno mismo. Lo mismo que en carretera, pero a lo bestia.
Correr en circuito no tiene demasiado misterio, lo complicado es correr y ser mínimanente competitivo. Es decir, un piloto experimentado, conduciendo a todo lo que podemos, nos pegará una paliza. ¿Y cómo lo consigue? Pues con callos, es decir, aplicando más cabeza que testosterona.
Luego en competición a veces estos hombres de nervios de acero pierden la templanza cuando pelean por un triunfo deportivo o una clasificación, pero desde luego contra nosotros no van a sudar mucho. Y hablando de sudar, más vale sudar bien en el circuito, para desfogarse, porque luego toca volver a casa tranquilito.
Hay gente que ha destrozado su coche al poco de entrar en circuito, desconociendo las normas más elementales y olvidando que una pista es muchísimo más exigente que una carretera. No veremos señales de prohibido ir a más de 40, ni de otro tipo… solo hay límite de velocidad en boxes, fuera de ahí... lo que te atrevas a coger.
Entrar en circuito no es barato, pero es una experiencia que recomiendo a casi todo el mundo. Así se puede ver cuán frágiles son los frenos, neumáticos, motores, suspensiones… ante ritmos tan endiabladamente altos, y qué pobres son nuestras habilidades en esas situaciones. Los tiempos de vuelta bonitos se los dejamos mejor a los profesionales.
Puede que casi todo quisqui, al entrar a circuito, piense demostrar a los demás lo buenísimo conductor que es. Bueno, calma mejor, que lo más fácil es demostrar que no tienes ni idea y tener muchos testigos de ello. Solo entre conductores normales se nota una enorme diferencia de quien ha corrido antes y quien no.
En mi vida he corrido en unos pocos circuitos, Jarama (Madrid), Cheste (Valencia), Mireval (Francia), Balocco (Italia) y Paul Ricard (Francia). El que mejor me conozco es el primero, y con cada coche diferente que he metido ahí, me he tenido que andar con cuidado en la primera vuelta, pues era parecido a volver a aprender.
Se puede quemar mucha más adrenalina en un giro a 80 km/h en el que te has subido a los pianos que en una autopista de peaje a todo lo que da el coche. Y además de ser divertido, es didáctico, cuando uno es capaz de dominar el coche en condiciones tan exigentes, si algún día necesita una reacción instintiva y rápida… lo tendrá más fácil.
Por otra parte, la seguridad es muchísimo más elevada, casi total, todo depende del nivel de irresponsabilidad del que hagamos gala, del coche y de las condiciones en pista. Cuando más me he divertido en el Jarama fue con un coche de 170 CV, pero con la pista totalmente empapada… en seco era más aburrido.
Si los circuitos se nos quedan demasiado lejos en presupuesto (además de la entrada, hay que valorar un importante gasto de combustible y RUEDAS, que se desgastan muy rápido), están los karts. Es mejor empezar con el kart, es increíble lo que puede dar de sí ese bolidillo de bolsillo.
Un abrazo a todos los que me ayudaron a hacer estas fotos
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